viernes, 4 de junio de 2010

Golpe a unos orgullosos Celtics

Bajo la atenta mirada de Jerry West el jueves se disputaba el primer partido de la final de la NBA. Celtics-Lakers, un clásico de la liga norteamericana que empezó hace unas décadas pero que tiene en los duelos entre Larry Bird y Magic Johnson su máxima expresión.

2008 fue la última vez en que estos dos equipos pelearon por un anillo y los célticos se llevaron su campeonato número 17 tras unos veinte años de sequía.

El equipo angelino ha sido el gran dominador del último siglo, probablemente en detrimento del equipo de Boston. Hoy, Los Angeles lucha por revalidar el título del año pasado y conseguir así la revancha tras la derrota de 2008. Ese año Pau Gasol podría haber decorado sus manos con un anillo en el que se hubiera convertido en un debut espectacular en su primera temporada en el equipo de Phil Jackson, sin embargo tuvo que esperar un año para conseguir la ansiada -e imposible para casi todos los mortales- joya.

En la madrugada del jueves al viernes vimos cómo reinaba el nerviosismo en los primeros minutos. Ataques sin definir, pelea de gallos entre Ron Artest y Paul Pierce, y una entrada de Kobe Bryant completamente solo que no hacia sino presagiar lo que sucedería durante el resto del partido con el equipo visitante.

La falta de concentración reinó en el equipo dirigido por Doc Rivers. A los espectadores se nos escapó una gran oportunidad para disfrutar de un partido que se antojaba mítico y que acabó antes de que terminara. Todos esperábamos un partido más ajustado, no un 102-89 algo maquillado en los minutos finales.

Las brillantes estrellas de los Celtics no supieron o no pudieron hacer frente al campeón. La clave del partido estuvo en los rebotes. Ahí tuvo mucho que decir el español. Se erraron muchos tiros y conseguir con el rebote una oportunidad más en cada uno marcó la diferencia. Si quieren ganar más partidos, los de Boston tendrán que aprender esta lección tan básica.

Las faltas impidieron a Ray Allen desplegar todo su juego. Paul Pierce generó mucho menos juego del que anotó y sólo se salvaron Rajon Rondo -el habitual en estos playoffs- y las aportaciones, siempre tras una larga espera en el banquillo, de Rasheed Wallace.

El domingo volveremos a trasnochar para ver el segundo partido de la final. A Boston le han dado en el orgullo... Pinta bien.

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