De todos los problemas a los que se enfrenta un deportista es el peor. En un momento estás jugando y al segundo se acabó lo que se daba: tu rodilla gira en el sentido contrario, notas un picotazo en el talón, o se te duerme la mano. Adiós al partido.
La impotencia es total, y el resultado tan inevitable como inoportuno. El alcance deportivo puede ser equiparable al de un desastre natural en competiciones como la Copa del Mundo, donde las ausencias empobrecen los resultados, enferman a los perjudicados y desvisten el mérito del ganador.

Los partidos de preparación para el Mundial han pasado de ser entrenamientos aburridos a eventos deportivos potencialmente peligrosos. Los futbolistas caen como moscas, y a España le queda un muy cuestionable amisotoso frente a Polonia en la calurosa Murcia -escenario muy distinto al que les espera en Sudáfrica-.
Las lesiones en vías de recuperación como las de Cesc Fábregas o Fernando Torres dejan de ser un problema, pues llegarán bien a la cita africana. Ahora preocupa lo que pueda caer. Si los dos amistosos frente a Arabia Saudí y Corea del Sur han sido soporíferos, la inconsciente precaución con la que jugarán el martes retrasará hasta el primer partido mundialista de España -miércoles 16 frente a Suiza- la llegada de La Roja tal y como la conocemos.
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