Una de las cosas que distingue al deportista del humano común es su reacción ante las lesiones. Los dos gritan, sí, se parten por igual, también, pero el primero piensa en cuándo podrá volver a jugar y si será pronto, mientras que el segundo sólo se preocupa por las molestias que causa la lesión en su vida cotidiana.
De todos los problemas a los que se enfrenta un deportista es el peor. En un momento estás jugando y al segundo se acabó lo que se daba: tu rodilla gira en el sentido contrario, notas un picotazo en el talón, o se te duerme la mano. Adiós al partido.
La impotencia es total, y el resultado tan inevitable como inoportuno. El alcance deportivo puede ser equiparable al de un desastre natural en competiciones como la Copa del Mundo, donde las ausencias empobrecen los resultados, enferman a los perjudicados y desvisten el mérito del ganador.
Hay equipos que dependen altamente de algunos de sus jugadores. Con la lesión de Didier Drogba, Costa de Marfil se convierte en un posible cruce menos pavoroso en octavos para los de Vicente del Bosque. Holanda se queda sin uno de sus jugadores en mejor forma: Arjen Robben. Alemania pierde identidad sin su capitán Michael Ballack. Y así en otras muchas selecciones.
Los partidos de preparación para el Mundial han pasado de ser entrenamientos aburridos a eventos deportivos potencialmente peligrosos. Los futbolistas caen como moscas, y a España le queda un muy cuestionable amisotoso frente a Polonia en la calurosa Murcia -escenario muy distinto al que les espera en Sudáfrica-.
Las lesiones en vías de recuperación como las de Cesc Fábregas o Fernando Torres dejan de ser un problema, pues llegarán bien a la cita africana. Ahora preocupa lo que pueda caer. Si los dos amistosos frente a Arabia Saudí y Corea del Sur han sido soporíferos, la inconsciente precaución con la que jugarán el martes retrasará hasta el primer partido mundialista de España -miércoles 16 frente a Suiza- la llegada de La Roja tal y como la conocemos.
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