Debe ser por aquello de que sólo necesitas cuatro piedras y una pelota para practicarlo, pero no hay duda de que el fútbol es el deporte rey en gran parte del mundo. La línea 10 del Metro de Madrid se abriga con miles de bufandas moradas y blancas cuando el equipo del Bernabéu juega. Y así, con otros colores, sucede en los aledaños de otros estadios... de fútbol.
Lo del baloncesto va mejor que cuando una servidora empezó a practicarlo cuando era pequeña. Los éxitos de la selección han conseguido que gane adeptos civiles y televisivos. Sin embargo, las diferencias de trato siguen siendo abismales, pero claro, nos contentamos porque mucho peor está el balonmano -que se lo digan a los árbitros-, deporte en el que también cosechamos triunfos desde hace años.
El domingo, el mejor Barcelona, el de baloncesto, conquistó sin dificultades la Euroliga. Ese mismo equipo que levantó la Copa del Rey, un equipo que está llamado a apoderarse descaradamente del título de la ACB. Fueron noticia ayer, sí. ¿Pero se habla hoy de ellos? Apenas. ¿Llenaron el Palau en la celebración? No. ¿Canaletas? No.
El baloncesto nos da las alegrías que no recibimos del fútbol: Campeones del Mundo, plata en unos Juegos Olímpicos, torneos internacionales... Y aún así no tratamos como se merece a gente como Juan Carlos Navarro, un icono del deporte nacional con una trayectoria que aplasta a la de nuestros futbolistas.
Qué le vamos a hacer, es la eterna historia del desamor. Queremos al que no nos quiere bien, y al que nos mima, le ignoramos.
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